jueves, 13 de septiembre de 2007

Necesito gafas



Anoche empecé a darme cuenta, y está bien claro.


Veo difuminadas las letras que salen en la tele cuando son demasiado pequeñas, me miro al espejo y me veo igual que siempre pero las camisas se empeñan en decirme que he engordado y sospecho que tienen razón. Si voy en el metro no paro de escuchar cómo la gente que sale de trabajar comenta lo mucho que odian al compañero que en ese momento no está, y yo, que pensaba que a mi eso no me ocurría, ante tantas otras evidencias me inclino por pensar que sí me pasa pero que no lo veo.


Esta mañana, cuando después de un rato me he dado cuenta de que el día había comenzado me he quedado mirando al sol y estaba raro, parecía una burbuja de un naranja sucio y tristón como las pompas que suben y bajan en esas lámparas extrañas que hay en algunos bares de copas. Al entrar en una cafetería a desayunar antes de empezar la faena, delante de mi, un hombre compra refrescos de tres tamaños y tres marcas distintas pero todos del mismo sabor y no me queda más remedio que pensar que uno de los dos está mal de la cabeza.


Por ahora el resto de cosas me parece verlas bien, pero ya no sé si son así o llevo toda la vida viéndolas mal y por eso ya no me extrañan.

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